No ha sido fácil, Pablo, pero seguimos siendo
Por: Carlos Rodríguez Almaguer
Enfrentarse a las calumnias y a las críticas virulentas que contra la Revolución Cubana se han venido haciendo por más de cincuenta años en los medios masivos de desinformación que pretenden catequizarnos desde las cacareadas “democracias occidentales”, se ha convertido en algo cotidiano para el pueblo cubano. Tan así, que pareciera cosa de ingenuos o de principiantes dejarse provocar por otra andanada de calumnias, mentiras, medias verdades y manipulaciones provenientes de semejantes fuentes.
Pero en medio del enfrentamiento cotidiano a los problemas que se nos presentan a los cubanos en Cuba, que no son pocos ni tampoco fáciles de resolver, cuando se trata de remover aquellos paradigmas en virtud de los cuales hemos crecido, no solo como criaturas biológicas, sino, y sobre todo, espirituales, que es decir humanas, entonces vale la pena hacer un alto en el camino. Un alto imprescindible, doloroso y honesto, para mirar de frente al sol y preguntar ¿Cómo es posible?
Mi generación creció tarareando primero y cantando después, aquellos inolvidables versos que iniciaban diciendo “Yo, vine creciendo y me forjé / cual mi generación / distinta a la de ayer. / Soy, continuidad de mi niñez, / que es hija del sudor / de los brazos que amé... “ y cuando las fuerzas nos flaquearon ante algún obstáculo que por entonces creíamos difícil, o por alguna injusticia de la que éramos, o creímos ser, objeto, producto de las relaciones humanas naturalmente contradictorias, nos reconfortaba escuchar a esa voz tan clara y entrañable recordarnos que “No vivo en una sociedad perfecta / yo pido que no se le de ese nombre, / si alguna cosa me hace sentir esta / es porque la hacen mujeres y hombres.” Y perseverábamos en nuestro empeño de continuar creciendo y trabajando, unos, para su realización personal, otros, para el adelanto de una sociedad a la que nos enseñaron a querer nuestros abuelos, nuestros padres, los maestros y naturalmente, nuestros poetas y cantores. Entre estos últimos, y en un lugar muy especial, está sin duda, Pablo Milanés.
Por eso es doloroso leer la entrevista publicada por El Mundo y que dicen realizada a Pablo, el pasado sábado 13 de marzo de 2010, donde, según el diario, el cantante opina que los revolucionarios se han quedado en el tiempo con la Revolución. Que “La Historia debe avanzar con ideas y hombres nuevos”, dice, a lo que nosotros podríamos preguntarnos ¿qué son los miles de hombres y mujeres jóvenes, nacidos en lo más crudo de la crisis de los años ´90, que a pesar de los archisabidos problemas económicos han venido incorporándose en masa a la vida social del país, y cuya vanguardia organizada está discutiendo por estos días—sin cortapisas y llamando a las cosas por su nombre—, los problemas más acuciantes de nuestra sociedad en sus asambleas previas al IX Congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas? ¿acaso no son hombres y mujeres nuevos, no solo por su edad, sino porque de sobra tenemos ya sabido que esa hermosa y posible utopía llamada el Hombre Nuevo tendrán que ser siempre—como ya lo han sido—aquellos hombres y mujeres que en las generaciones actuales y sucesivas se empeñen en ser mejores cada día, más útiles a la sociedad y a la época en que viven y, sobre todo, en ser consecuentes con sus ideas y su conducta, para no desdecirse ni desteñir su imagen con el paso del tiempo, amén de cuánto arrecien las tormentas siempre pasajeras?
Que los revolucionarios “Se han convertido—dice el Pablo de El Mundo—en reaccionarios de sus propias ideas.” ¿Quién habría renunciado entonces a sus propias ideas: los que a pesar de su más de medio siglo de lucha sin tregua y de acoso constante, sin temor a ser asesinados cualquier día por sicarios pagados con dineros imperiales—no importa ahora si europeos o norteamericanos—, ni tampoco al error siempre probable en todo nuevo camino, continúan todavía hoy asegurando que la obra que tanto sacrificio ha costado no se desmorone por flojeras de ánimos; o quien, luego de hacer carrera cantando durante más de media vida, con una convicción a prueba de calumnias y sobornos, a la obra noble y generosa que en lo personal no le costó más padecimientos que los naturales del ajuste entre el carácter siempre imperfecto de los hombres que, sin ser dioses, se han propuesto una obra inmensamente superior a ellos, y la obra misma, ya innegable y tremenda, que en su devenir ha sabido rendirle merecidos honores que acaso basten a recompensarlo por aquellos dolores, y ahora en el aire mefítico de la prensa europea, lo hacen aparecer haciendo cabriolas políticas para decir a la vez “que sí” pero “que no”, o tal vez solo “sí”, o tal vez solo “no”?
“El sol enorme que nació en el 59 se ha ido llenando de manchas en la medida en que se va poniendo viejo.”—así dice El Mundo que dijo Pablo. Pero el hombre al que los jóvenes intelectuales y artistas cubanos decidimos un día, por nuestra libre y espontánea voluntad de forma unánime, reconocer como Maestro de Juventudes, nos legó entre sus más puras enseñanzas y de la manera más hermosa posible, esta verdad incontrastable de nuestra sociedad: “Quien la hizo nacer, quien participó, / quien la hizo cambiar y no perecer, / no le complacen todas las cosas / pero por esto daría la vida.”
Me duele creer que a ese Pablo de Cuba lo hayan podido utilizar El Mundo o cualquiera de los corifeos de la anti Cuba que a través de los años se mellaron los dientes contra la insobornable voluntad de un hombre. Me niego a creer que ese Pablo que sabe cuánto vale su nombre para una juventud que no se cansa de soñar y de luchar por un mundo mejor, se preste, en un momento de indudable peligro para la Patria cuyas glorias siempre cantó, a ser utilizado por nuestros enemigos. Me resisto a creer que un hombre que hizo crecer a Cuba con su canto y que creció con ella frente al mundo hasta deberle su actual estatura, se disminuya en “la hora de los hornos”.
De cualquier forma, para mí y para muchos jóvenes cubanos, así como la flecha disparada ya no pertenece al arquero, sino al viento y al punto donde acaba su vuelo, Pablo Milanés no será nunca este que El Mundo dice y que en grande alharaca rebotan los medios masivos de desinformación de las hipócritas democracias occidentales, sino aquel cantor humilde que con su voz prístina e inolvidable nos enseñó Cuánto costó este cielo,/ cuánto la tierra amada, / cuánto alzar la bandera / que inmolarse los vio. Y también que “El extremista y el cobarde / van convergiendo en su dolor / mientras el resto con amor / trabaja porque se le hace tarde.”
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Carlos Rodríguez Almaguer. (Manatí, 1971)
Profesor, poeta y ensayista.
Miembro de la Dirección Nacional de la Asociación Hermanos Saíz.
Vicepresidente de la Junta Nacional de la Sociedad Cultural José Martí.
Miembro de la Unión de Historiadores de Cuba y de la Asociación de Pedagogos de Cuba.
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